miércoles, 20 de febrero de 2013

Decepciones.

Qué bien conozco esa palabra: decepción. Sí, por desgracia, la sufro cada día. No hay día en el que yo misma no me decepcione. Si no hago las cosas bien, es porque no quiero, es lo que más me fastidia, pero es que no he aprendido a hacerlas bien. Ese es uno de mis mayores problemas: yo. ¿Qué hago perdida en este mundo tan enorme? Quizá es que no quiera encontrarme, verme, avergonzarme de mí. Muchos sueños escapándose de mis manos y yo aquí, parada, contemplando y arrepintiéndome de lo que no hice y pude hacer. ¿A quién voy a engañar? Solo soy una copia barata de mí. Cuando no me decepciono yo, decepciono a la gente que quiero. Esto es así. Un bucle. Un jodido bucle del que quiero salir, pero no pongo empeño para ello. ¿De qué sirve querer y poder si no luchas? Eso me pasa a mí, desgraciadamente. No sé luchar. Bueno, sí sé, pero no la aplico adecuadamente. "Si sigo así, acabaré mal" es lo que recorre mi mente. Lo peor de todo esto es que me da igual. Y me da igual hasta ese momento ya dicho, en el que veo mis sueños escaparse como saltamontes que saltan por el campo y yo, me hallo con red y sin ganas de correr a atraparlos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario