jueves, 14 de marzo de 2013

No te debiste ir de mi lado.

Entonces él se levantó de la cama y la vio, enredado entre las sábanas, con una sonrisa en la cara y mirándole a los ojos. "No te muevas, te traeré el desayuno", dijo él. Ella asintió dándole un suave beso en los labios. Él se dirigió a la cocina e hizo el desayuno de ambos, mientras pensaba en ella, en lo hermosa que era, en lo felices que eran juntos, en lo especial que se sentía a su lado. Cuando llegó con el desayuno a la habitación, ella ya no estaba. Había una nota encima de la cama desecha en la que habían dormido esa misma noche. La nota decía: no te debiste ir de mi lado, esta es la consecuecia. El chico cayó derribado en la cama y se echó a llorar. Ella, sin hacer un solo ruido, apareció por la puerta, se acercó a ese chico tumbado boca abajo y le abrazó. Él se dio la vuelta y la vio. Entonces, una sonrisa abarcó la cara de los dos. Ella dijo suavemente: ¿Te das cuenta de lo que perderías? Y ahora que estás concienciado, cuídame y quiéreme como nunca. El chico la miró mientras algunas lágrimas acariciaban sus mejillas y la besó. Se dio cuenta de lo que sintió al hacerse la idea de que ella le había abandonado. Él se sintió roto, como si le faltase la pieza más importante en su vida. Valoró de verdad todo y a partir de ahí, cada día de su vida, la hizo más y más feliz.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Caquis.

Hay algo que te dice que esto va mal, y es el silencio. Es el tener muchas cosas que hablar y acabar por no decir nada, porque no sabes cómo soltarlo todo. Que te quiero por cómo eres y te odio a la vez por el mismo motivo. Fácil. Espera, ¿fácil? No, no es fácil llevar situaciones así, en los que los silencios dicen más que todas las palabras que puedas escupir por la boca. Estoy cansada de este juego en el que, de alguna manera yo salgo perdiendo. Y es así porque siento que esto no va bien, que lo que falla en sí, eres tú. No puedo pensar el día que me faltes, pero por lo que puedo observar, tengo que ir haciéndome la idea. No soy yo, eres tú. Al no saber llevar esto, al no saber quererme, al no saber cómo cuidarme. Pero tú no tienes la culpa. ¿O sí? Sea como sea, me conoces y no tengo paciencia alguna. Puedo hartarme en cualquier momento y valorar más mi felicidad que la tuya. Es duro no saber qué hacer para que esto mejore cuando la solución la tienes tú. Que te quiero, sí, pero no puedo estar preocupándome por algo que yo no puedo arreglar. Eres tú el problema. Eres tú la solución. Soy yo la que desea que te encuentres de una vez y te esmeres en llevar adelante lo que decidiste empezar.

martes, 5 de marzo de 2013

Sin más.

El suelo está frío debajo de mis pies descalzos. Hoy no me importa nada. Las cosas que deberían preocuparme, no lo hacen. ¿Por qué? Porque hoy es uno de esos días en los que simplemente te dedicas a ver pasar el tiempo, sin sentir nada, sin tener ganas ni de reír. Apetece llorar, pero por algún motivo, las lágrimas no salen. Solo la música es capaz de relajarte, de decirte que todo va a ir bien, de consolarte de alguna forma. El olor a incienso se expande por esa habitación en la que has elegido refugiarte de todo. Oyes risas en la calle, pero te es indiferente. Cierras los ojos esa calma y tristeza a la vez, que te dice que algo no va bien, que necesitas uno de sus abrazos para soltar todo ahí. Pero no está. Nadie está. Nadie sabe de tu estado ni tienes ganas de que lo sepas. Solo dejar pasar las horas, esperando que algo dentro de ti mejore.