domingo, 26 de febrero de 2012

Mis venas además de sangre, llevan música.

Darle al play. Ahora mi mundo cambia. Pasa de ser un mundo real a ser mi propio mundo. Yo elijo mis emociones, todo va como yo quiero. Cambio de canción. Una y otra vez. Se pone el modo aleatorio. Y ahí es cuando mis emociones salen a flote. Y si me apetece llorar, lloro. ¿Me da por reír? Pues genial. Ponerse a cantar como una posesa pero silenciosamente. Sin que salga la mínima palabra de tu boca. Y que tus labios vayan al compás de tu canción preferida. Tus pies no resisten y se empiezan a mover. No aguantas en la silla donde estabas sentado y te levantas, te pones a bailar de mil maneras. De tu boca empieza a salir alguna palabra. Subes el volúmen. Ahora ya sí. No puedes escucharte. Cantar muy alto. Sigues sin escucharte y subes todavía más el volúmen. Eres feliz. Y mira qué fácil, solamente con la música. Se acaba la canción. Entonces ahora te quedas sin saber qué hacer, si sentarte o esperarte levantado a que se pase la canción. Tú te vas a la lista de reproducción y eliges otra que te encanta igual o más que la otra. Tu mundo, sigue en curso, pero solo mientras la música esté presente.

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